Al final la fusilan, exposición comisariada por la zaragozana Pilar Cruz en el Centre Cívic Can Felipa (Barcelona), se constituye como una propuesta arriesgada que pone sobre la mesa las conexiones entre el cine, más concretamente entre los géneros cinematográficos, y el arte contemporáneo. Pero más allá de la aplicación de los tópicos que se podrían deducir de los distintos géneros, la muestra parte de ellos para reflexionar y testear sus límites mediante las producciones, en muchos de los casos nuevas y específicas, de ocho artistas: Fito Conesa, Ana Garcia-Pineda, Tjasa Kankler, Pablo Pérez Sanmartín, Enrique Radigales, Thomas Reydellet y el trabajo conjunto realizado por Luciana Lardiés y Sebastián Bandín.
Al final la fusilan tuvo su pistoletazo de salida el 14 de diciembre del 2008 en el Espai Niu (Barcelona) con un pase de cine en el que los artistas partían del género que se les había asignado para tomarles el pulso y crear “collages visuales” a partir de diversas películas. Una puesta a punto que dejaba ya entrever al público allí presente los mecanismos de construcción de significado que perviven en la industria cinematográfica.
La industria hollywoodiense consolida, en la década de 1930, los géneros cinematográficos. Estas formas de articulación fílmica, propias del cine clásico, acogían una serie de patrones, narrativas y personajes fácilmente reconocibles por el público, que aseguraban a la industria una rentabilidad tanto económica -gracias al abaratamiento de la producción y al éxito popular que los géneros propiciaban- como ideológica. Dichos códigos estereotipados permitían al espectador una eficaz identificación en base a unas expectativas generadas previamente y, pese a la poca capacidad sorpresiva que cabía esperar de los films, eran acogidos con regocijo por parte del público. Desde los clichés cinematográficos a las figuras arquetípicas, todo estaba predeterminado previamente según los parámetros del MRI (modelo de representación institucional). El éxito estaba asegurado con fórmulas como el boy meets girl (chico conoce a chica, chico pierde a chica, chico recupera a chica) o el happy end, esquemas que todavía perviven en la actualidad. Tanto es así que Luis Buñuel, como él mismo cuenta en sus memorias (Mi último suspiro, 1982), se había inventado una especie de plantilla que según las combinaciones podría prever el final. En un preestreno la puso a prueba y, ante el sobresalto del productor, enseguida adivinó lo que era evidente: al final la fusilan.
Con la llegada de la modernidad cinematográfica, a finales de los años 50, se llevará a cabo una revisión de los géneros. Algo indicativo y sintomático de lo que en ese momento acaece en el ámbito de la cultura contemporánea y que afectaba al concepto de autor y de puesta en escena desde el Neorrealismo italiano y la Nouvelle Vague. Pero es a mediados de los años 70, con la segunda modernidad cinematográfica, cuando tiene lugar la verdadera transformación: la combinación y mezcla de géneros se va convirtiendo en una tendencia en buena parte de los directores del momento. Tiburón (Jaws, 1975) supondría el ejemplo paradigmático de este tipo de producto intergénero y llevaría a su director, Steven Spielberg, a unos éxitos de recaudación hasta el momento inusitados. Este tipo de cine americano contaba con unos directores muy jóvenes -como De Palma, Scorsesse, Lucas, Coppola o Scott-, orientados a un público joven que entendía y disfrutaba de la innovación e hibridación genérica en filmes como Blade Runner (1982), La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977) o Alien (1979). Esta nueva generación de cineastas bebería de la televisión, de los cómics o de las distintas culturas juveniles y tomaría como punto de partida el cine clásico para convertirlo en un recurso inagotable de gestos, actitudes e imágenes que aprovechar y remezclar en sus propias películas.
Con la llamada postmodernidad cinematográfica, el exhibicionismo, el virtuosismo, la autorreferencialidad e incluso el manierismo de algunos autores -como podría ser el caso de la cinematografía tarantiniana, de la de David Lynch, del universo Aronofsky o del neobarroco esteta de Peter Greenaway-, llegaría a límites insospechados y podría ser definitorio de algunas de las derivas contemporáneas del cine a nivel global. La intergenericidad se convierte en un valor añadido de la obra, otorgándole singularidad, a la vez que es una clara estrategia de mercado destinada, al igual que ocurría en el cine clásico, a acaparar el mayor número de público posible. Por lo tanto, la propuesta que lleva a cabo el cine postmoderno pone en jaque la concepción clásica del género y permite la aparición de otros diferentes. Algunos de estos nuevos géneros, como el high school anime, el biopic musical, el cine de periodistas o la distopía, junto con otros de reminiscencias más convencionales como podrían ser el melodrama, la tragicomedia, o el cine de ciencia ficción, son los escogidos por la comisaria para ser reformulados desde los distintos trabajos artísticos. Al final la fusilan supone una respuesta analítica y evidenciadora de la momificación de los géneros clásicos, para ir un poco más allá y darles otra vuelta de tuerca. Así la reflexión de la que parte la comisaria aborda cuánto permanece hoy de aquellos géneros anquilosados, qué es aquello de lo que aún nos hablan en cuanto a nuestra sociedad y hasta qué punto el arte contemporáneo recoge su influencia para pervertirlos y repensarlos.
(...) The soundtrack of our lies y la instalación S/t que presenta Pablo Pérez Sanmartín, pertenecientes a la serie La juventud baila (2008), tienden un lazo al high school anime. Este género, propio de la cultura juvenil, remite al espectáculo y al puro divertimento como si se tratase de un carpe diem contemporáneo. Todo el conjunto es un vanitas de la cultura juvenil, de una fragilidad tal que ya advierte su pronta desaparición. La instalación S/t representa una fiesta, en la que se oyen unos compases repetitivos de Smells like teen spirit de Nirvana, como nostalgia de la fiesta a la que siempre llegamos tarde. En este espacio ritualístico penden todavía unos globos que nos permiten leer la frase “With the lights out is less dangerous”, animándonos a sumirnos en esa especie de vacío para el abandono en el que parece estar abocada la colectividad. Por otro lado, el vídeo está compuesto por todo un imaginario alegórico que habla de la construcción de identidad a partir de la figura del teenager y acerca de la mercantilización de la adolescencia como ideal de felicidad, ignorando conscientemente toda la complejidad de esta etapa vital. Una especie de celebración que advierte del peligro escondido, de que todo los pasos están marcados previamente -como la coreografía del videojuego “Dance, dance, revolution” presente en la animación-. Ese ideal de juventud que nos convierte en consumidores ávidos de subculturas como respuesta a las corrientes hegemónicas y al pasado más reciente. El adolescente rebelde, la necesidad de evasión por medio de la fiesta, los videojuegos, las raves y la música prometen salvarnos del destino prefijado de antemano para nosotros y nos convierten en eternos peter pan, inconscientes y desdichados, jóvenes y hermosos… O como diría Jeremy Jay: “Oh… oh… beautiful rebels!”. La estetización de la rebeldía nos recuerda, al igual que el título de la animación, que tal vez la banda sonora de nuestra vida no sea más que una sarta de mentiras.
Texto de Alicia Yanez para la exposición colectiva "Al final la fusilan"
Al final la fusilan tuvo su pistoletazo de salida el 14 de diciembre del 2008 en el Espai Niu (Barcelona) con un pase de cine en el que los artistas partían del género que se les había asignado para tomarles el pulso y crear “collages visuales” a partir de diversas películas. Una puesta a punto que dejaba ya entrever al público allí presente los mecanismos de construcción de significado que perviven en la industria cinematográfica.
La industria hollywoodiense consolida, en la década de 1930, los géneros cinematográficos. Estas formas de articulación fílmica, propias del cine clásico, acogían una serie de patrones, narrativas y personajes fácilmente reconocibles por el público, que aseguraban a la industria una rentabilidad tanto económica -gracias al abaratamiento de la producción y al éxito popular que los géneros propiciaban- como ideológica. Dichos códigos estereotipados permitían al espectador una eficaz identificación en base a unas expectativas generadas previamente y, pese a la poca capacidad sorpresiva que cabía esperar de los films, eran acogidos con regocijo por parte del público. Desde los clichés cinematográficos a las figuras arquetípicas, todo estaba predeterminado previamente según los parámetros del MRI (modelo de representación institucional). El éxito estaba asegurado con fórmulas como el boy meets girl (chico conoce a chica, chico pierde a chica, chico recupera a chica) o el happy end, esquemas que todavía perviven en la actualidad. Tanto es así que Luis Buñuel, como él mismo cuenta en sus memorias (Mi último suspiro, 1982), se había inventado una especie de plantilla que según las combinaciones podría prever el final. En un preestreno la puso a prueba y, ante el sobresalto del productor, enseguida adivinó lo que era evidente: al final la fusilan.
Con la llegada de la modernidad cinematográfica, a finales de los años 50, se llevará a cabo una revisión de los géneros. Algo indicativo y sintomático de lo que en ese momento acaece en el ámbito de la cultura contemporánea y que afectaba al concepto de autor y de puesta en escena desde el Neorrealismo italiano y la Nouvelle Vague. Pero es a mediados de los años 70, con la segunda modernidad cinematográfica, cuando tiene lugar la verdadera transformación: la combinación y mezcla de géneros se va convirtiendo en una tendencia en buena parte de los directores del momento. Tiburón (Jaws, 1975) supondría el ejemplo paradigmático de este tipo de producto intergénero y llevaría a su director, Steven Spielberg, a unos éxitos de recaudación hasta el momento inusitados. Este tipo de cine americano contaba con unos directores muy jóvenes -como De Palma, Scorsesse, Lucas, Coppola o Scott-, orientados a un público joven que entendía y disfrutaba de la innovación e hibridación genérica en filmes como Blade Runner (1982), La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977) o Alien (1979). Esta nueva generación de cineastas bebería de la televisión, de los cómics o de las distintas culturas juveniles y tomaría como punto de partida el cine clásico para convertirlo en un recurso inagotable de gestos, actitudes e imágenes que aprovechar y remezclar en sus propias películas.
Con la llamada postmodernidad cinematográfica, el exhibicionismo, el virtuosismo, la autorreferencialidad e incluso el manierismo de algunos autores -como podría ser el caso de la cinematografía tarantiniana, de la de David Lynch, del universo Aronofsky o del neobarroco esteta de Peter Greenaway-, llegaría a límites insospechados y podría ser definitorio de algunas de las derivas contemporáneas del cine a nivel global. La intergenericidad se convierte en un valor añadido de la obra, otorgándole singularidad, a la vez que es una clara estrategia de mercado destinada, al igual que ocurría en el cine clásico, a acaparar el mayor número de público posible. Por lo tanto, la propuesta que lleva a cabo el cine postmoderno pone en jaque la concepción clásica del género y permite la aparición de otros diferentes. Algunos de estos nuevos géneros, como el high school anime, el biopic musical, el cine de periodistas o la distopía, junto con otros de reminiscencias más convencionales como podrían ser el melodrama, la tragicomedia, o el cine de ciencia ficción, son los escogidos por la comisaria para ser reformulados desde los distintos trabajos artísticos. Al final la fusilan supone una respuesta analítica y evidenciadora de la momificación de los géneros clásicos, para ir un poco más allá y darles otra vuelta de tuerca. Así la reflexión de la que parte la comisaria aborda cuánto permanece hoy de aquellos géneros anquilosados, qué es aquello de lo que aún nos hablan en cuanto a nuestra sociedad y hasta qué punto el arte contemporáneo recoge su influencia para pervertirlos y repensarlos.
(...) The soundtrack of our lies y la instalación S/t que presenta Pablo Pérez Sanmartín, pertenecientes a la serie La juventud baila (2008), tienden un lazo al high school anime. Este género, propio de la cultura juvenil, remite al espectáculo y al puro divertimento como si se tratase de un carpe diem contemporáneo. Todo el conjunto es un vanitas de la cultura juvenil, de una fragilidad tal que ya advierte su pronta desaparición. La instalación S/t representa una fiesta, en la que se oyen unos compases repetitivos de Smells like teen spirit de Nirvana, como nostalgia de la fiesta a la que siempre llegamos tarde. En este espacio ritualístico penden todavía unos globos que nos permiten leer la frase “With the lights out is less dangerous”, animándonos a sumirnos en esa especie de vacío para el abandono en el que parece estar abocada la colectividad. Por otro lado, el vídeo está compuesto por todo un imaginario alegórico que habla de la construcción de identidad a partir de la figura del teenager y acerca de la mercantilización de la adolescencia como ideal de felicidad, ignorando conscientemente toda la complejidad de esta etapa vital. Una especie de celebración que advierte del peligro escondido, de que todo los pasos están marcados previamente -como la coreografía del videojuego “Dance, dance, revolution” presente en la animación-. Ese ideal de juventud que nos convierte en consumidores ávidos de subculturas como respuesta a las corrientes hegemónicas y al pasado más reciente. El adolescente rebelde, la necesidad de evasión por medio de la fiesta, los videojuegos, las raves y la música prometen salvarnos del destino prefijado de antemano para nosotros y nos convierten en eternos peter pan, inconscientes y desdichados, jóvenes y hermosos… O como diría Jeremy Jay: “Oh… oh… beautiful rebels!”. La estetización de la rebeldía nos recuerda, al igual que el título de la animación, que tal vez la banda sonora de nuestra vida no sea más que una sarta de mentiras.
Texto de Alicia Yanez para la exposición colectiva "Al final la fusilan"